Cafetería Restaurante Deborah

Publicado el 1 de abril de 2025, 14:34

"Y si estamos comiendo en un bar o restaurante, lo normal es que las servilletas de papel tengan escrito el nombre del establecimiento, su dirección y su teléfono para facilitar las reservas."

     Durante algunos días, hemos estado comiendo en la mesa familiar —que ya se ha reducido a la mesa conyugal—, con la ayuda servicial de las servilletas de la «Cafetería Restaurante Deborah». He de decir que las palabras «servicial» y «servilleta» tiene, para mí, algo en común. Quizás sea solamente su parecido fonético pero es que también me ha parecido siempre que las servilletas son serviciales. Su uso estándar es limpiarse dedos y labios cuando se está comiendo. Los manuales de urbanidad de hace unos años decían taxativamente que, bajo ningún concepto, debía usarse la servilleta para limpiarse los mocos. Pero, naturalmente, esa prohibición estaba basada en que la servilleta era de tela y, frecuentemente, tenía una inicial bordada. En la actualidad y dado que las servilletas son de papel —reciclado o no— e incluso cortadas del rollo del «matatrapos de la cocina y, por lo tanto, de usar y tirar, quizás hubiera que replantearse la norma de los mocos. Yo soy de la opinión liberal —y así lo haré constar en mi futuro libro de cocina— de que, en el siglo XXI, sí es lícito sonarse los mocos con la servilleta de papel. Comedidamente, sin duda, pero ya no dejamos en una pieza de la mantelería de Lagartera un desecho biológico de indudable mal gusto. Además, si tenemos la suerte de comer en casa y la servilleta usada como pañuelo ha queda desastrosa, podemos levantarnos, tirarla a la basura y coger otra nueva y limpia.

     Y si estamos comiendo en un bar o restaurante, lo normal es que las servilletas de papel tengan escrito el nombre del establecimiento, su dirección y su teléfono para facilitar las reservas. Recuerdo que, cuando empezó el GPS —no está de más recordar que el GPS se puso en funcionamiento como parte de la tecnología militar para guiar misiles con absoluta precisión— a ayudar a que nos perdiéramos por las carreteras y ciudades o a conseguir que nos metiéramos por el camino más intrincado, en el Restaurante «El Hacho», donde, a la salida de Estepa, hacía escala en el viaje de Sevilla a Murcia para desayunar, me encontré que, en sus servilletas, constaba también las coordenadas GPS del local. Aquel detalle, me llamó poderosamente la atención, tanto que comprendí que debía de hacerme enseguida con uno de aquellos aparatos. Coincidió que estaba cerca San Valentín y El Corte Inglés lanzó su habitual campaña promocionado un pack de dos GPS que venían en una caja con un lema ladino que rezaba: «No pierdas a quien más quieres». Yo vi llegada la ocasión y le regalé el pack a mi mujer y así me hice, por un precio razonable, de dos aparatos —que tenían la curiosa marca de «TomTom»— uno para su coche y otro para el mío. No volví a ver las coordenadas en ninguna otra servilleta de bar o restaurante que ahora se han sustituidos, además de las habituales frases de cortesía hacia la clientela, por otras alegres que hablan, con bastante simpleza, de la alegría de vivir, frases que, a veces, son compartidas en los envoltorios de azúcar donde, otras veces, aparecen merecidos elogios del café, todo ello una especie de coaching de barra y mesa de bar

     Digo que en las servilletas de los locales públicos suele venir escrita la razón social de dicho establecimientos. Pero, a veces, nos encontramos con sorpresas. Porque resulta que estoy, pongamos por caso, en el bar «Pepe» de Soria y en las servilletas escribe bar «Juan» de Vinaroz. Cuando vi esto por primera vez, me llamó poderosamente la atención. Lo primero que pensé es que un ataque alienígena me había teletransportado de una ciudad a la otra aunque habían tenido el detalle muy de agradecer de dejarme en un bar. Pronto comprendí que este razonamiento era estrafalario y, además, me cercioré de que, realmente, estaba en el bar «Pepe» de Soria. Así que, meditando un poco, se me ocurrió pensar que, posiblemente, el comercial que surtía de servilletas a Pepe había cometido un error y le había enviado las correspondientes a Juan. Puestos al habla Pepe y el comercial, llegaron a la solución de que, dado que el despiste era difícil de solucionar, que se quedase Pepe gratuitamente con las servilletas y las aprovechase. Hay otra tercera opción y es que el comercial se encuentre con grandes partidas de servilletas de bares que han cerrado, se han traspasado o son morosos y se las ofrece a bajo precio a otros clientes que aprovechan la ocasión. Sea como fuere, tenemos servilletas cuya leyenda no corresponde al bar en el que nos encontramos. Podría parecer algo bizarro e incluso simpático pero, en mi opinión, se trata de un detalle tabernario que, en modo alguno, debemos encontrarnos en ninguna parte. De hecho, yo hace tiempo que no lo veo lo cual puede deberse a que todo encargado de bar se ha dado cuenta d leo feo que está la cosa y, además, a que mis bares de referencia se han limitado a los tres o cuatro cercanos a casa.

     Pero volvamos a las servilletas de la «Cafetería Restaurante Deborah». La primera pregunta es, por supuesto, ¿porqué ese nombre? Y la segunda ¿quién es o fue Deborah? La primera que me viene a la cabeza es el personaje bíblico de quien se habla en el Libro de los Jueces. Por otra parte, Débora no es un nombre frecuente y, de hecho, yo no conozco personalmente a ninguna mujer llamada así aunque, si busco en los perfiles del Facebook, me encuentro a bastantes Débora. Pero yo me refiero a la Deborah de la Cafetería Restaurante, a la de las servilletas. No conozco ni creo que llegue nunca a conocer ningún dato sobre ella. Sin embargo, intuyo que esa Deborah cuyo nombre luego llegó a ir a parar a las servilletas nunca existió como mujer física sino que se trata de una entelequia, de un nombre que, por alguna razón desconocida, le resultó sonoro, evocador, sugerente, tal vez de mujer fatal pero, sobre todo, con poder de marketing al dueño de la Cafetería Restaurante por lo que procedió a bautizarlo así. El mismo misterio que con el nombre, existe con la ciudad o pueblo donde esta o estaba ubicado el local porque aquel no es, en absoluto, evocador de ninguna región o localidad española. No ocurre lo mismo que, si por ejemplo, nos encontráramos escrito en la servilleta «Cafeteria Restaurante Mirentxu» o «Cafetería Restaurante La Dolores».

    Y, a todo esto, queda por decir cómo llegaron esas servilletas nominadas aunque sin señas a la mesa familiar. Como han llegado ceniceros, saleros, cuenquitos o platitos también nominados lo sé perfectamente y es algo de lo que no puedo orgullecerme pero sí me gusta alardear de ello. No, las servilletas no llegaron distraídas pero sí en extrañas circunstancias. Las trajo mi mujer y me contó que se las había dado una compañera de trabajo que, por lo visto, tenía muchas. Inmediatamente, le hice la pregunta de porqué aquella compañero de trabajo que no tenía relación ninguna con la hostelería había acumulado laque caudal ingente de servilletas. Esta pregunta no tuvo respuesta pues las mujeres son prácticas y más con la intendencia doméstica y no entran en vanas disquisiciones como los hombres jubilados. Sea como fuera y como dije al principio, hemos estado limpiándonos dedos y labios —y tal vez sonándonos los mocos— con ese regalo casual. Y, siempre que me servía de ella, no podía por menos de preguntarme ¿dónde estará, dónde habrá estado esa «Cafetería Restaurante Deborah»?

     Debo ahora decir que mientras escribía esta líneas, una idea ha ido progresando en mi pensamiento. Porque he ido reparando en que la mayoría de las servilletas actuales de los bares no tienen escrito ni el nombre, ni la dirección, ni el teléfono del local y, mucho menos, las coordenadas GPS. Ahora, como dije más arriba, la leyenda suele ser frases de aliento y de alegría de vivir o incluso una brevísima apología del café o de la cerveza. No contento con esta impresión mía, decido en un interludio mañanero preguntarle al amable camarero del bar »Ticket» por este asunto. Y me confirma mi impresión diciéndome que sí, que antes los comerciales en sus ofertas ofrecían un suministro de servilletas con nombre y dirección pero que ahora venían todas así, sin identificación ni personalización pero con frases estándar. Añade el camarero que, posiblemente, de las usinas apropiadas salgan millones de millones —que son billones— de servilletas todas iguales entre sí que luego van a parar desde la taberna al restaurante de fantasía.

     Y, ante estos hechos, no puedo dejar de ver la mano de «Bruselas» que, quizás, para el año 2030, quiera que los bares no tengan nombre que los identifiquen. Serena el bar 1, el bar 2, el bar 3, el bar A, el bar B, el bar C, el bar 1A, el bar 2B, el bar 3C… etc. Repito, de lo que se trata es de que, al no tener identificación, no tengan identidad, que sobre todos ellos se extienda una sábana blanca que los alise e iguale. Y, sin identificación ni identidad, sin cafeterías restaurantes Deborah, los ciudadanos iremos perdiendo el criterio propio que, a la postre, este lo que se trata.

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