Pecados de supermercado
Me pasó hace pocos días y lo cuento aquí, en esta entrada del blog sobre los pecados que se cometen en el supermercado, tierra llana de faltas y deslices como ninguna otra. Partimos de la base que afirma o afirmaba, con absoluta rotundidad, el Catecismo de la Doctrina Cristiana. Aquella docta obra decía que «se podía pecar de pensamiento, palabra, obra y omisión» ¡Ahí es nada! ¡No hay resquicio por dónde escaparse! Si en mi infancia de niño de Primera Comunión —fui al acto, que algún día quizás cuente, vestido de Almirante de la Armada con bonitas charreteras doradas y zapatitos blancos— hubiese habido supermercados, tal y como los conocemos hoy en día, posiblemente las damas catequistas hubieran puesto, ante el asombre de los niños, el supermercado como lugar tan perfectamente demoníaco que allí se cumplen los requisitos necesarios y suficientes para pecar de las cuatro maneras señaladas y que, por lo tanto, ir a uno de ellos, al igual que a un baile, es ponernos en ocasión de pecar y, en su momento, convertirnos en réprobos.
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