La maniobra del listillo

Publicado el 9 de septiembre de 2025, 13:32

"Esto es, el semáforo de salida del carril lateral esta en verde mientras los de la Costera están en rojo. Y ahora viene lo mejor. ¿Qué pasa si ese conductor que viene de Murcia y quiere girar a la izquierda hacia el Este es un listillo? Pues que no puede evitar la compulsión de meterse, no en la Costera, sino avanzar un poco más y hacerlo en el carril lateral semicircular, recorrerlo airosamente, encontrarse el semáforo en verde y ahora, orgulloso de su listeza, girar a la derecha para coger la Costera hacia el Este."

     Esta entrada va de coches y conductores y de lo primero que me acuerdo es que al director de orquesta («el director de esta orquesta, ha perdido la batuta y ¿dónde la fue a encontrar? en una casa de… empeños», se cantaba en los jolgorios juveniles de hace muchas décadas) se le llama conductor en inglés. Indudablemente, hay similitud entre ambos oficios pero esta es la hora en que comprendo perfectamente la función que desempeña un conductor de automóvil pero no he conseguido comprender cuál es la que desempeña el conductor de orquesta aunque no negaré que su entrada al escenario o foso para ponerse al frente de los instrumentos tiene mucho encanto y de ahí que se acoja con aplausos. Y de los segundo que me acuerdo es que los niños que crecimos en pueblos por los que no pasaban ni el tren ni los coches —aunque, paradójicamente, sí venía una avioneta para sulfatá—, seguimos encontrando divertido ver, de manera quizás meditabunda, el ir y venir del tráfico rodado. Así lo hago yo cuando salgo de tomar café en la cafetería de El Charco y me dispongo a fumar el cigarrillo en la amplia acera a la sombra donde hay una papelera dotada de un cenicero —preconciliar, al igual que los saleros— y donde hace parada el bus 6 que va de La Alberca a Murcia pasando por la rotonda de La Muela donde está el último semáforo antes de llegar a París. Y mientras fumo, veo con mucho entretenimiento, pasar los coches, desde los utilitario a los haigas, los neotaxis Uber, las furgonetas con los laterales rotulados y los camiones con la tolva giratoria repleta de hormigón para los edificios («residenciales») que se construyen en la Costera Sur.

     Al leer lo escrito hasta aquí, hasta el lector más romo, se dará cuenta de que estoy divagando. Razón no me falta para ello ya que tengo un encargo de difícil desempeño lo que me hace procrastinar, palabro este muy del gusto de la intelectualidad. Y es que resulta que, como le pasó a Lope de Vega, Violante me manda hacer un trabajo. En este caso, no se trata de un soneto porque bien sabe Violante que yo, al igual que la guitarra del mesón de los caminos de Machado, no he sido nunca ni seré poeta. Lo que tengo que hacer es describir con palabras —lo que siendo pedante, como soy, diré que se llama una écfrasis— el cruce de caminos de El Charco para así, teniendo su escenario, hablar y comentar «la maniobra del listillo». Puede objetarse que, en el siglo XXI, bien puedo hacer una foto o un croquis. Pero tampoco sirvo para el dibujo a mano alzada y respecto a la foto, que con facilidad me hace el móvil, es cosa sabida que soy más partidario de mil palabras que de una imagen. Además y en sentido figurado, son las palabras las que me dan de comer o, al menos, el aperitivo de cacahuetes y cerveza Paulaner. Así que empecemos.

      El Charco —Plaza de El Charco en los rétulos— es eso, una amplia plaza con grandes árboles que dan sombra a los transeúntes y a los bancos de madera para desoficiados y pensionistas. La providencia municipal y pedánea de Santo Ángel, tuvo a bien instalar en el centro una fuente cantarina (¿veis cómo no soy poeta?) rematada por una especie de pérgola a la que se dotó de unos altoparlantes que —¡Dios sea loado!— nunca he oído funcionar. Pero, su esencia desde el punto de vista práctico, es ser un concurrido cruce de caminos. Debo hacer aquí un inciso para recordar la sevillana de mi juventud que decía en una de sus coplas: en el cruce de caminos, que nadie ponga letreros, para que todo el que pase, se vuelva un aventurero… Bien, si hemos de hacerle caso a la sevillana, nadie que pase por el cruce de caminos de El Charco se volverá aventurero porque está bien dotado de carteles orientadores para que ningún viajero pierda su rumbo. Y, junto con la cartelería, hay diversos semáforos en los puntos estratégicos que, bien coordinados, regulan el abundante tráfico rodado y el deambular de los peatones.

     Pero debemos de entrar ya de lleno en el encargo de Violante por lo que detallo el cruce. En él confluyen la carretera de Santa Catalina, que viene de Murcia, con la que, perpendicular a la primera, recorre las pedanías de la Costera Sur de cuya enumeración hago gracia al lector. Es, por tanto un cruce en T aunque, en puridad, la carretera de la ciudad no muere en el cruce sino que sigue, ya por vericuetos y terreno encrespado, hasta llegar al convento franciscano de Santa Catalina del Monte del cual fui médico de sus novicios. A veces, estos acudían a la consulta —acompañados prudentemente por el maestro de novicios— revestidos de su hábito pardo ceñido con el cordón anudado lo cual ponía un contrapunto de congoja y recogimiento al quehacer laboral. No dejé de decirle al superior que yo era antiguo alumno de los jesuitas y me pareció, por sus comentarios, que ambas órdenes religiosas, aunque unidas en la fe, no congeniaban en el siglo.

     Volvemos a El Charco para decir que lo descrito es, como queda dicho más arriba, la esencia del cruce. Pero hay más detalles que obvio aunque sí es necesario —porque, no lo olvidemos, el objetivo de esta entrada es describir y analizar la «maniobra del listillo»— añadir que, en la práctica, el cruce es lo que viene llamándose una raqueta. De ahí que tenga también añadido un carril semicircular por el que deben entrar aquellos vehículos que, al igual que el bus 6, viniendo de La Alberca, quieran coger Santa Catalina hacia Murcia haciendo un giro a la izquierda Y aunque dije que soy torpe para el dibujo a mano alzada, el lector puede ver la foto de un escueto croquis de lo que digo. Quizás aquí sea importante señalar que el punto marcado con una X es donde me paro a fumar después del café y desde donde observo todo lo que pasa ante mis ojos con más divertimento que en Atapuerca.

     Bien, pues vamos a la maniobra. Ante todo, hay que decir que no es exclusiva de El Charco sino de todas las raquetas en las que haya un carril lateral para girar a la izquierda. Raquetas de esas hay muchas y cada una tiene sus listillos como cada infierno tiene sus réprobos. Quiero decir que podríamos describir y ejemplificar la maniobra que nos ocupa de muchas maneras y en muchas ubicaciones pero, como todas son prácticamente iguales, me centraré en la que veo desde mi punto de observación. Hay que pensar en un conductor que viene desde Murcia por Santa Catalina y quiere girar a la izquierda tomando la dirección Este. No tiene ningún problema pues le basta esperar a que el semáforo se le ponga en verde —si es que no lo estuviere—, mover convenientemente el volante y colocarse en la carril derecho de la carretera de la Costera Sur. Lógicamente, para permitirle este giro, el semáforo de los que vienen del Este, o sea, los que le salen a la izquierda a nuestro conductor, se ha tenido que poner en rojo para que estos últimos vehículos se detengan. Y ahora empieza lo bueno. Cuando nuestro conductor accede al carril derecho de la Costera Sur, se encuentra un semáforo en rojo lo que le obliga a detenerse cuando solo ha andado pocos metros desde la salida de Santa Catalina. Y ese semáforo en rojo permite que los vehículos que van por el carril semicircular lateral crucen la Costera y tomen Santa Catalina en dirección Norte hacia Murcia. Esto es, el semáforo de salida del carril lateral esta en verde mientras los de la Costera están en rojo. Y ahora viene lo mejor. ¿Qué pasa si ese conductor que viene de Murcia y quiere girar a la izquierda hacia el Este es un listillo? Pues que no puede evitar la compulsión de meterse, no en la Costera, sino avanzar un poco más y hacerlo en el carril lateral semicircular, recorrerlo airosamente, encontrarse el semáforo en verde y ahora, orgulloso de su listeza, girar a la derecha para coger la Costera hacia el Este. O sea, que él ha pasado mientras que el conductor no listillo espera en el semáforo en rojo. Y en esta ocasión, intercalo una foto —que, en todo caso, ayuda a las mil palabras— donde, señalado con una flecha, está el semáforo de marras, del que, como el árbol del Eden, depende el Bien y el Mal.

      Ya está descrita la «maniobra del listillo», primera parte del encargo de Violante. Pero me surge una duda capital. Doy por seguro que esa maniobra es inmoral y engorda pero ¿es ilegal? ¿la prohibe explícitamente el Código de Circulación? ¿o estamos simplemente ante una mala praxis que atenta solo a la cortesía entre conductores y conductoras?. De hecho, yo no he visto ninguna señal de tráfico que explícitamente prohiba hacer la «maniobra del listillo» si bien es cierto que las señales que indican como ha de hacerse el giro a la izquierda desde Santa Catalina hacia la Costera Sur dibujan una curva que señala claramente la maniobra ortodoxa. Como no sé cómo resolver esta duda la dejo en el aire porque lo importante es algo que tengo perfectamente claro: la «maniobra del listillo» es burda y soez y, por lo tanto, debe ser denostada. Podría alegarse a su favor que no parece ser una maniobra peligrosa y que no hay riesgo de colisión. Nada más lejos de la realidad porque ese giro candente sí es peligroso o, en todo caso, obliga a ciertos malabarismos e irregularidades. Veámoslo pero debo decir que esto ya no me lo pidió Violante. Pero sé que es persona difícil de contentar y debo hacer méritos para lograr su favor.

     Hay que tener en cuenta que el listillo en su maniobra debe irrumpir en la carretera perpendicular a la que él pretende tomar. Pero resulta que, por las sabias leyes de las raquetas, debe ceder el paso a los que vengan por aquella ruta. ¿Qué pasa entonces? Pues que si se entretiene, el semáforo se pondrá en rojo y toda su estrategia caerá por los suelos. Así que el listillo, al tomar el carril lateral pierde la compostura y la prudencia, acelera y se introduce maliciosamente entre los coches a los que debería cederles el paso. Y, a a pesar de eso, ocurre con frecuencia que el semáforo se pone en rojo. ¿Qué hacer entonces? Pues por algo el listillo es listillo, para saltarse fríamente ese fuego rojo. Vemos, pues, que no, que en modo alguno la maniobra que consideramos es cándida sino repleta de vicisitudes.

     Y, por último, queda una última y breve apostilla que anoto en forma de pregunta: ¿es el listillo un imbécil? No necesariamente. El listillo que sabe que esta haciendo una incorrección, delinque pero no es imbécil. El listillo que no sabe que comete una incorrección y en su insania piensa que qué lerdos son el común de los conductores que no se han dado cuenta del atajo, si es imbécil.

     Y, con esto, ya le puedo decir a Violante lo mismo que le dijo Lope: contad si son catorce y está hecho.

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