Comercios del ramo

Publicado el 12 de junio de 2025, 14:05

"Y es que hace 50, 60 años, había que saber buscar, según lo que se deseara comprar, un comercio del ramo. Y, si entrabas equivocadamente en uno que no fuera del ramo deseado, lo más seguro era que el dependiente contestase a tu petición con un lacónico no trabajamos ese género."

De la historia que voy a referir como introducción a los comercios del ramo, no puedo decir que fuese testigo ocular. Me la refirió AB y, aunque han pasado 50 años, recuerdo perfectamente su relato pero he olvidado si este tuvo lugar en la barra de algún bar de estudiantes delante de una caña y una tapa de pavía, en un descanso de aquellas jornadas de estudio que me llevaban hasta su piso de Los Remedios donde su madre nos daba de merendar un bocadillo de fuagrás o a la luz de una farola en una madrugada perdularia de cubata y fracaso. Las narraciones de AB, en principio, eran creíbles pero no por ello dejaban de tender a la hipérbole y a la fantasía sobre todo si estaba en juego alguna conquista amorosa. Pero esta, en concreto, era aséptica en este sentido por lo que la doy por cierta al 90%.

Me contó AB que, en una ocasión, acompañó a PS —otro amigo de gozosa memoria pero no estudiante de Medicina— a comprar pilas. En aquella época, carentes todavía de la multitud de ingenios que las necesitan actualmente —¿quién le iba a decir a mi padre, que no conoció el pulsi,  que llegaría el día en el que el aparato de la tensión, el fonendo o el termómetro necesitarían pilas?), solo se querían las pilas secas para la linterna o el transistor. Por alguna razón que el narrador no explicitó, entraron en un comercio que les salió al paso y allí tuvo lugar el siguiente breve diálogo:
—¡Buenas tardes! ¿Qué desean?
—Pues yo quería dos pilas.
—Mire usted, los siento, pero, en este momento, las tenemos agotadas. Pásese usted mañana que ya las tendremos aquí.
Y PS se irrogó una clarividencia absoluta, se irguió, miró fijamente al vendedor que aguardaba detrás del mostrador y le contestó grave y sentencioso:
—Ustedes no han tenido nunca pilas, ni las tienen, ¡ni las tendrán! ¡Buenas tardes!
Y PS se dio media vuelta y abandonó el comercio seguido de un atónito AB. Porque resulta que PS era un hombre muy tranquilo y educado, de reacciones siempre moderadas y nada propenso al exabrupto. Por qué aquella tarde se comportó con tal vehemencia ante un asunto aparentemente trivial era lo que sorprendió e intrigó a AB. Supongo que, en aquella conversación nuestra, elucubraríamos con las distintas posibilidades que podían justificar su actitud pero creo que no llegamos a ninguna conclusión convincente.

Y es que hace 50, 60 años, había que saber buscar, según lo que se deseara comprar, un comercio del ramo. Y, si entrabas equivocadamente en uno que no fuera del ramo deseado, lo más seguro era que el dependiente contestase a tu petición con un lacónico no trabajamos ese género. E incluso la contestación podía no solo ser lacónica sino llevar aparejado un matiz de desprecio porque los comercios del ramo y sus dependientes eran muy suyos y no les gustaba que les confundieran con otro ramo al que siempre consideraban inferior o indigno. 

Todo esto fue algo que me preocupó grandemente cuando salí del colegio de los jesuitas, donde había estado interno 7 años, para irme solo a Sevilla y a su Universidad. Porque yo estaba acostumbrado a los comercios de mi pueblo como el de Valencia —hoy felizmente regentado por su hijo Manolo y Estela, su mujer, con la razón social de «Casa Valencia» —o el de mi tío abuelo Antonio Comesaña, heredero del de mi bisabuelo también Antonio Comesaña, el que aparece en Fenómenos atmosféricos, y en cuya fachada existía un rótulo que rezaba, como ya he escrito en este blog y, posiblemente, lo vuelva a escribir, Tejidos, Calzados y Coloniales, comercios como el de Valencia, digo, donde había de todo entendiendo por todo, todo lo que hacía falta en un pueblo casi que recién salido de la posguerra y con unas necesidades tan parcas como sencillas. Por lo tanto, no había que preocuparse a qué comercio de qué ramo había que ir para buscar determinado artículo de aquella lista de deseos ("wish list” dice ahora la muchachada) tan menguada y tan propia de la carestía. 

Como dato concreto y aunque en el siglo XXI parezca ridículo, a mí me produjo bastante desazón no saber dónde debía acudir para comprar unos cordones de los zapatos cuando estos, los cordones, se me rompieran. Porque entonces era frecuente que se rompieran los cordones de los zapatos quizás debido a que fuesen de mala calidad o quizás porque la vida útil del calzado era mucho más larga que la de ahora con la ayuda inapreciable del zapatero remendón que manejaba lezna y cerote. A este respecto, recuerdo perfectamente como algunos compañeros de escuela llevaban el cordón de sus botas, que ya se había roto y del que solo quedaba una parte, recorriendo no todos los agujeros sino solo los superiores con lo cual hacían precariamente el servicio aunque podía verse perfectamente que el extremo donde se produjo el roto fatal estaba deshilachado. Quizás las luces de neón de la ciudad me iluminaron porque, de hecho, no recuerdo que tuviese problemas para encontrar en Sevilla cordones de los zapatos si es que estos se me llegaron a romper alguna vez.

Y es que, para comprar cordones de los zapatos, o pilas, o una camisa o una pastilla de jabón, había que acudir a un comercio del ramo. Recuerdo perfectamente cuando le pregunté a mi padre qué era un «comercio del ramo».  Era yo muy niño y apenas había aprendido a leer en la cartilla lo que me permitía poder ojear, además de los cuentos, el periódico. A casa llegaba el ABC de Sevilla y lo hacía con dos o tres días de retraso, cuando lo traía el correo postal,  cosa que no importaba porque no estábamos en la época de la inmediatez. Tan imbuido estaba yo de este hecho del retraso que, cuando joven pueblerino llegué a Sevilla, me llamó poderosamente la atención que allí el periódico fuese del día. No estoy seguro pero creo que, la primera vez que me acerqué a un kiosco —al igual que dije en la entrada anterior de «La Meseguera», no he hecho el suficiente llanto por la lenta desaparición de los kioscos callejeros donde, cuando éramos un poquito más libres, se compraban cigarrillos sueltos y revistas eróticas— a comprar, digo, un periódico por mi cuenta y riesgo, es posible que se diese esta conversación:
—¡Buenos días! Deme el ABC, el más reciente que tenga.
El kiosquero me miraría sin comprender y yo me vería obligado a aclarar:
—Sí, por favor, deme el más reciente, a ser posible el de ayer...
—¡Pero alma de cántaro! —me diría el kiosquero— ¿El más reciente es el de hoy!
—¿Quiere usted decir que ahora, que no son todavía las 10 de la mañana, ya tienen el ABC de hoy?
—¿Quieres el periódico o no? ¡Qué no estoy yo para guasa esta mañana!
Y yo me llevaría el periódico y ¡efectiviwonder! pude comprobar , para mi pasmo y maravilla, que, en la portada, ponía la fecha del día.


Bien, pues en aquel ABC que yo ojeaba de niño —quien ha ojeado un periódico de niño se da perfectamente cuenta de que los gacetilleros, cambiando nombres y toponimias, siguen diciendo exactamente lo mismo que hace 60 años por lo que yo hace mucho tiempo que dejé de leerlos—, había al comienzo una página de anuncios cuadriculados que a mí me interesaban mucho. Allí se publicitaban, entre otras cosas que he olvidado, el Ozonopino Ruy-Ram, las persianas Salinas y el matarratas Nogat. Este último lo miraba con cierto reparo pues en él se veía a un grupo de ratas en desbandada huyendo de La Muerte de las ratas, o sea, de un esqueleto de rata armado con una guadaña del tamaño adecuado y la leyenda decía: «la sentencia a su maldad». 

Y es ahora cuando debo hacer algunas apostillas a propósito de estos tres ítems. Del Ozonopino Ruy-Ram me ocupé hace años en el blog que fue antecesor de este otro que tiene en sus manos el lector y hubo un comentario de quien dijo ser heredero de la marca comercial diciéndome que el Ozonopino ¡aún existía! solo que a pequeña escala y que, próximamente, se iba a relanzar en Internet. Desgraciadamente, no he vuelto a saber nada de él. Respecto a las persianas Salinas, resulta que convocaron un concurso para encontrar un buen eslogan o motivo publicitario. Dos amigos míos, mayores que yo y desgraciadamente ya muertos, tomaron parte en el concurso y mandaron una letrilla, entre jocosa y picante pero, en todo caso, ingeniosa, que decía así:
Señora, si le entra de golpe
y quiere que le entre poco a poco...
el sol por la ventana...
use persianas Salinas.

No ganaron el premio, por supuesto, pero nos reímos con ganas recordándolo en aquellas inolvidables madrugadas de Calera. Y respecto al matarratas Nogat, hay que decir que me barrunto que pronto se rescatará para que, químicamente modificado, sirva de columbicida según directrices de «Bruselas» Pero eso es otra historia.

Lo importante ahora es que, aunque no estoy seguro, los más probable es que, entre aquel batiburrillo de anuncios, se encontrase esta frase para mí inquietante: «de venta en los comercios del ramo» o, si se le quería dar mayor énfasis y prestancia: «de venta en los principales comercios del ramo». Enseguida comprendí que, fuesen lo que fuesen, en mi pueblo no había comercios del ramo y, por eso, no me era posible acercarme hasta ningún escaparate para ver la maravilla que anunciaba el periódico. Por lo tanto, decidí preguntarle a mi padre y mi padre me dio una cumplida y ejemplificada explicación que supongo que entendí. Creo también que aprovechó la coyuntura para añadir a su disertación porqué los «coloniales» y los «ultramarinos» se llamaban de esta forma. Andando el tiempo, yo ya fui capaz de aprender por mí mismo lo que significaba «venta al detall» (atención a la ll final porque, escrito así, tiene más encanto y enjundia que «al detal») y lo que era un «cosario» y, con todo esto, se cerró el círculo de conocimientos que me permitieron, en su momento, comprender porque PS no había encontrado pilas donde las buscó.

Pero tengo que decir también que, a raíz de la pandemia, empecé a escasear mis visitas a El Corte Inglés para acudir a los comercios del ramo pedáneos, comercios que van paulatinamente desapareciendo como signo de los tiempos modernos. Los que quedan son tiendas de cercanía tal vez más amigables pero, después de 50 años, la sombra de las pilas de PS sigue planeando sobre ellos porque, si preguntas por un artículo y la dependienta te contesta con una sonrisa, pues ahora mismo no lo tenemos pero pásese dentro de un par de días que ya habrá venido, lo mejor que puedes hacer es devolver la sonrisa mientras para tus adentros piensas que ni lo tienen, ni lo han tenido, ¡ni lo tendrán!

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